CAPITULO 3: Mimando a los objetos 2

Una vez recordando a Morandi, pintó de azul una botella. La incluyó en un bodegón de tonos fríos que tuvo mucho éxito. Al dibujarla y pintarla de nuevo la botella pareció recobrar su esplendor por un instante, y brilló con una celeste luminosidad.

 
Una manzana de plástico estaba escondida entre otros objetos vulgares del estudio. No estaba orgullosa de su condición artificial, pero más de una vez ayudó a acabar cuadros que necesitaban mucho tiempo de elaboración. No era real, pero al menos no se deterioraba con el paso de los días. El pintor la cogió en su mano, le limpió el polvo y empezó a pintarla. La manzana lo agradeció dejando relucir con fuerza todo su hermoso color.



Había veces en las que se iba la luz. Esto pasaba en un antiguo estudio que el pintor tuvo en un modesto lugar. Entonces había que encender una vela. Y allí estaba la palmatoria de cristal, dispuesta a colaborar. Gracias le decía el pintor, mientras la dibujaba, a la vez que ella reflejaba la luz, brillando sin parar.



 Los anticuarios guardan hermosos tesoros. El sifón aún tenía un sitio de privilegio entre todos los objetos. Y aunque hacía tiempo que el pintor lo tenía olvidado, el sólido cristal de su cuerpo, y su bonita forma le encantaban. Lo pintó con deleite, creyendo oir el sonido inequívoco de una bebida gaseosa.



Un improvisado jarrón. Una bonita botella verde, redonda y de largo cuello. Y un ramito de flores secas. Una hermosa casualidad crea a veces algo poético. El pintor sensible a lo bello, pintó la transparencia.



¿Una fina jarra de agua, o un complicado jarrón de flores?. Hay objetos inclasificables. El artísta se fijó en él, y este le ofreció la delicada y fina superficie de su porcelana.






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