En un rincón del estudio estaba su antigua paleta de madera. La cogió y recordando algunos de los cuadros pintados con ella, le habló con cariño: "te agradezco que me permitieras mezclar los colores sobre ti. No se que hubiera hecho en aquel momento de no haber tenido tu superficie fina y suave para hacer mis mezclas, y... No tienes porqué agradecerme nada-contestó la paleta- el honor fue mío al participar de tus obras. Sólo te pido que no olvides nunca todo lo que compartimos juntos.
Al acabar de pintarla, el pintor la colocó en una repisa donde pudiera verla siempre.
El siguiente objeto que pintó fue su antigua taza de cerámica. ¡cuántas bebidas calientes en aquellos inviernos lejanos!. Gracias mi querida taza, y esta sin mediar palabra se calentó transmitiéndole en las manos el calor de la amistad.
Encima de la mesa del fondo vio lleno de lápices, el pequeño jarrón azul brillante, que un día ya lejano le regalara su hijo. Recordó las infantiles flores de papel, que completaban aquel regalo. Mientras lo pintaba, sonreía con ternura, y le parecía oír una tenue risa infantil que le resultaba muy familiar.
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